Tipo de césped

Artículos 09 Jun 1999
Jardinería con plantas autóctonas
Los céspedes en jardinería
Una pradera siempre verde se ha convertido en el símbolo de un jardín bien cuidado y de una alta calidad de vida. Sin embargo, en la mayor parte de la España mediterránea este propósito sólo puede alcanzarse a través de un dispendio de agua, cuando no mediante el uso de productos fitosanitarios. Afortunadamente, la flora española y la jardinería tradicional ofrecen alternativas con menores costes ambientales.
Por Teresa Seoane
[Praderas naturales] [La elección de especies] [Riegos] [Abonado] [Control de plagas] [La siega] [Autora] [Alternativas al césped] [La grama, un césped natural] [Bibliografía] [La hemeroteca de Quercus]
El uso de la pradera como principal elemento ornamental del jardín se inició en el siglo XVIII. Los paisajistas ingleses se alejaron del gusto francés hasta entonces imperante y pretendieron recuperar una estética natural alejada de la manifiesta intervención humana de la escuela francesa. Así pues, se derribaron vallados y setos para dar preferencia a extensas praderas y espacios abiertos. Se intentaba conseguir un retorno a paisajes más salvajes, tal y como se entendían en la época, aunque fueran tan producto de la creación humana como los anteriores.
Los colonos llevaron esta concepción estética de jardín al Nuevo Mundo. La invención de la máquina cortacésped en 1830 por Edwing Budding supuso el impulso definitivo. Hasta ese momento, se segaba con guadaña o apacentando rebaños. La vivienda unifamiliar rodeada de césped se convirtió en el símbolo del bienestar soñado por el americano medio. Se obtuvo así una continuidad visual entre parcela y parcela muy apreciada por todos. Una alfombra verde que une a todo el vecindario. Por este motivo, hay ayuntamientos que especifican en sus ordenanzas la altura a la que debe mantenerse la hierba. Los vecinos que las contravengan pueden ser citados judicialmente por atentado contra la salud pública.
Este tipo de ajardinamiento ha sido exportado como parte inherente de un alto nivel socioeconómico. De manera que se ha universalizado una propuesta estética de hace dos siglos, surgida en un país de clima oceánico, que al aplicarse a enclaves muy alejados de sus condiciones primitivas ha tenido repercusiones ambientales negativas.
El césped que se propugna desde la publicidad de empresas del sector y manuales al uso sería aquel siempre verde, cortamente segado, libre de toda mala hierba y de enfermedades. Se recomienda un empleo generoso de pesticidas, herbicidas y fertilizantes químicos. Tampoco se cuestiona el uso desmesurado de agua. El amante del césped tipo inglés no tolerará la presencia de hormigueros, ni de topos o lombrices cuando hay productos específicos para combatirlos. Se acabará, por tanto, con la biodiversidad local. Incluso se aconseja el uso de herbicidas totales para acondicionar el terreno antes establecer una nueva pradera. En definitiva, se sustituyen los procesos naturales por tecnología, tiempo, dinero y energía. La idílica imagen de unos niños jugando en la verde hierba que circunda una casa, como si de una nueva Arcadia se tratara, puede ser totalmente engañosa. No parece muy sensato tumbarse en una zona que es rociada dos o tres veces al año con Carbaril, Lindano o Tricloform (pesticidas preventivos recomendados). Ante esta perspectiva, ¿seguiremos gustosamente los carteles de? ¿No pisar el césped?.
Praderas naturales
En el otro extremo nos encontramos con las praderas naturales, aquellas que dependen enteramente de la energía solar para su funcionamiento. Fruto de la siega y de los factores ambientales locales, se autorregulan y fertilizan por sí mismas. Entre las típicas especies pratenses abundan gramíneas, compuestas, leguminosas, crucíferas, plantagináceas y labiadas. La colonización del suelo se produce por dispersión de semillas desde núcleos adyacentes, de lo que resulta una estructura en mosaico, no uniforme, en respuesta a microambientes y a la competencia entre especies. Estas praderas toleran mejor distintas presiones ambientales debido a la diversidad de especies y de requerimientos. Es una comunidad dinámica, donde el debilitamiento de una planta es aprovechado por otra para expandirse.
A excepción de los prados de alta montaña, donde los pastizales vivaces configuran el estado clímax de la vegetación, las praderas naturales peninsulares aparecen como consecuencia de la actividad humana y del ganado. El sucesivo aclarado de masas boscosas y arbustivas acaba produciendo formaciones de herbáceas y terófitos (plantas anuales) como etapa final de una serie regresiva.
En condiciones mediterráneas, se diferencia entre los prados de óptimo primaveral, que se agostan con el rigor del verano (prados de diente), y otros más tardíos y también verdes en verano, ya que disponen de permanente humedad edáfica (vaguadas, fondos de valle, depresiones, zonas de descarga). Tales praderas pueden ser directamente pastadas durante el verano o aprovechadas como alimento de invierno si se siegan y se almacena la hierba en pacas. Ambos tienen una apreciable riqueza florística, cuya composición depende directamente de cómo se gestiona el pastizal.
En gran parte de la España mediterránea la escasez y la irregularidad de las precipitaciones sólo permite la aparición de praderas naturales estacionales. Están en pleno apogeo en primavera, se marchitan con el rigor estival e inician una lenta recuperación con las lluvias otoñales. Perseguir otros resultados siempre será a costa de considerables aportes de agua. No así en la cornisa Cantábrica, donde el régimen de lluvias favorece el mantenimiento de praderas siempre verdes. Entre la pradera natural y el césped industrial se da toda una gradación de posibles intervenciones.
Habría que evaluar en cada caso si el césped es la elección adecuada. Para ello, es preciso considerar las propias necesidades del usuario y las condiciones del emplazamiento concreto (ombroclimáticas, flora preexistente, sombreado). Se trata de descubrir las posibilidades estéticas y funcionales del lugar. Si nos hallamos ante un césped ya constituido caben tres opciones: mantenerlo en su totalidad pero cambiando los tratamientos, reducir en parte su extensión y remplazarlo totalmente por otros elementos.
Mejorar la gestión de una pradera significa hacerla más dependiente de la energía solar y de los factores ambientales. Repasemos uno a uno sus diversos factores.
La elección de especies
Actualmente, las casas comerciales empiezan a tener en cuenta mezclas para céspedes de bajo consumo. Suelen combinar en distintas proporciones semillas de dos gramíneas, la cañuela (Festuca arundinacea) y la grama (Cynodon dactylon). Pero la grama se lleva la palma en cuanto a rusticidad, ya que es muy resistente a las sequías, al pisoteo y a las enfermedades. Con el único inconveniente de que atraviesa por un letargo invernal en zonas de heladas. Amarillea en invierno, aunque rebrota en primavera. A pesar de sus buenas aptitudes, en muchos tratados es calificada de mala hierba a combatir, asunto bien difícil dado su carácter invasor. Tal vez, lo único que falle es nuestra apreciación. Una pradera de ocres y pardos sólo evidencia los ciclos naturales y el cambio de las estaciones. Con el tiempo, se producirá una deseable naturalización de la pradera de grama y variedades silvestres se instalarán por sí mismas, enriqueciendo el conjunto. A la delicada belleza de sus flores se unirá la de sus polinizadores.
Riegos
El consumo de agua siempre será el punto débil. Una pradera presenta una gran superficie de evapotranspiración, semejante (en algunas especies) a una lámina de agua. Riegos más espaciados en el tiempo pero más intensos en volumen producen un mejor desarrollo en profundidad de las raíces. Así mismo, deberían calcularse las necesidades reales de agua, que vendrán determinadas por las características del terreno y de la planta. Usualmente se tiende a un exceso de riego que provoca enfermedades por hongos.
Abonado
Son preferibles los abonos orgánicos, tipo mantillo. Mejoran la estructura del suelo y favorecen la actividad microbiana, clave de la fertilidad. Podemos reducir la necesidad de aportar nitrógeno añadiendo trébol a las mezclas. Por otra parte, la recogida de los restos de siega supone una constante sangría de biomasa que rompe el ciclo de nutrientes. Ya están disponibles máquinas segadoras que trituran los restos y los devuelven al sustrato en pequeñas partículas, lo que facilita su descomposición. También es muy conveniente prestar atención al estado de compactación del terreno, aspecto que reviste igual o mayor importancia que el abonado.
Control de plagas
Pesticidas y herbicidas tienen nefastas repercusiones sobre el césped.
Mantener el mayor grado de diversidad será nuestro mejor garante. Si una especie es atacada por una enfermedad, otra tomará el relevo. Asistiremos así a un interesante proceso de sucesión.
La siega
La altura y la frecuencia de la siega serán factores decisivos en la composición de la pradera, pues la sensibilidad al corte es distinta en cada especie. Según Voisin la misma mezcla sembrada de poas y trébol produce una flora con un 80% o un 1% de trébol tan solo variando el número de cortes. Una mayor altura favorecerá a las plantas anuales, que granan rápido. También implica un mejor sistema de raíces, que sobrellevará mejor las sequías y enfermedades. Un corte más frecuente favorece una mayor reproducción vegetativa por estolones y propágulos, es decir, facilita el recubrimiento. Señalar, por último, que siegas de más de un tercio de longitud de la planta ocasionan una pérdida excesivamente brusca de biomasa y el césped se resentirá.
Replantearnos la necesidad del césped supondrá atajar a pequeña escala graves problemas ambientales (contaminación, pérdida de biodiversidad, consumo de agua). Muchas áreas han perdido su idiosincrasia paisajística debido a este modelo de jardinería importado. Seguramente es el momento de reinventar una estética basada en premisas más cercanas.
Sin ánimo de ofender pero sí con intención de mostrar otra forma de ver las cosas, citaremos a un paisajista oriental:¿? Un alto caballero chino que visitó Europa en los años veinte opinaba atónito, acerca de un césped segado y bordeado, que, aun teniendo un innegable interés para las vacas, no ofrece nada al intelecto de un ser humano.?
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Autora
Teresa Seoane es botánica y educadora ambiental.
Dirección de contacto: Luciano Lavajos (coordinador de la sección de jardinería) · c/ Lele del Pozo, 6 (1º B) · 28018 Madrid
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Alternativas al césped
Un agradable efecto de frescura y verdor también puede conseguirse sin recurrir al césped. Basta con utilizar o combinar las siguientes plantas o elementos.
? Plantas tapizantes: hiedra (Hedera helix), gayuba (Arctostaphylos uva-ursi), enebro rastrero (Juniperus communis subsp. Alpina), vincas (Vinca sp.), hipéricos (Hypericum sp.) Y ajuga (Ajuga reptans).
? Rocallas.
? Elementos no orgánicos: grava, tierra volcánica o arenas.
? Arbustos de pequeño porte.
? Bloomers: mezcla comercial de semillas de plantas de flor anuales o bianuales.
? Hierbas aromáticas.
? Huerto.
? Patio de macetas.
Espero que esto te valga de ayuda, en caso de necesitar cualquier aclaración no dudes en preguntar.