El mandato de honrar al padre y a la madre no está condicionado a nada; y no hay que ganárselo; con ser padre, o madre, nada menos, ya uno tiene que recibir esa consideración por mandato de Dios.
Como dices, no crees que te la dieran; y haces bien en no proseguir por ese camino si sabes que tu matrimonio es válido, o no tienes nada para dudar que no lo sea. Además del amor que uno debe a su prójimo, en el matrimonio ya hay un compromiso expreso a ello, también sin condiciones, sino que en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. En el matrimonio no te comprometes ni tan siquiera a convivir porque eso ya no depende de uno sólo, sino que uno se compromete a amar, lo cual depende de su propia voluntad, y eso siempre está en manos de uno.
Y si tu mujer te ha sido infiel, o lo sigue siendo, tienes que pensar en su bien de verdad, y no quedarte en juzgarla. Si ves que tu mujer está cometiendo una grave equivocación, procurar que rectifique comenzando con el ejemplo. Si descuidase por ejemplo a sus hijas, eso hablaría de una antinaturalidad mayor, y habría que pensar también en ayudar, no en juzgar.
Si tú quieres a tus hijas, tienes que procurar que ellas quieran y respeten a su madre, porque eso es bueno, en primer lugar para ellas. Y lo contrario sería malo, muy principalmente, para ellas. No querer a una madre es lo último.
Más importante que su gusto por el deporte, es lo fundamental. No trastoquemos las cosas; está lo fundamental, y lo accesorio.
Por supuesto que te recomiendo que tus hijas estén en gracia de Dios, frecuenten los Sacramentos, y hagan oración. Y que piensen en hacer el bien con sus vidas; entre otras cosas, hay que ganarse la vida eterna. Y que ayuden a sus padres a lo mismo.