Reforma Y contrareforma

Hola: por favor son 3 las preguntas sobre estos temas:
1. "la doctrina de la iglesia durante el proceso reformista sufre profundos cambios" Definir Doctrina, y enfatisar en los cambios sufridos por la doctrina de la iglesia católica.
2. Describir y analizar las consecuencias de la Reforma para el mundo protestante.
3. "el concilio de Trento es la respuesta de la curia católica al proceso de reforma" Analizar los cambios en el aspecto doctrinario y sus efectos prácticos.
Por favor necesito esas respuestas lo antes posible.
Gracias. Me ayudaría mucho.

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Bueno a ver si te ayudo en algo:
Medio siglo antes de que Lutero publicase las 95 tesis sobre las indulgencias e iniciase de ese modo la ruptura del catolicismo, la Reforma católica o los esfuerzos de renovación religiosa en el seno de la Iglesia habían comenzado, aunque tímidamente, en Italia y España, sin que fueran interrumpidos por el cisma luterano. El proceso sólo cristalizó, sin embargo, bajo el pontificado de Paulo III, cuando sometida la Curia y escindida la fe en el centro y norte de Europa, la obra del Concilio de Trento extendió la Reforma por todo el orbe católico. En esa primera fase participaron, desde distintos puntos de partida religiosos, hermandades de laicos empeñados en la práctica de la caridad y del apostolado y, también, eclesiásticos y príncipes preocupados por la reforma del clero. En Italia surgieron a lo largo del siglo XV asociaciones de laicos, bajo el nombre de oratorios o hermandades, dirigidos casi siempre por miembros de órdenes mendicantes, dedicadas a fines caritativos, al auxilio de pobres vergonzantes o a la hospitalidad y beneficencia de enfermos incurables. San Bernardino de Feltre fundó en Vicenza, en 1494, un Oratorio, cuyos miembros visitaban una vez por semana a los enfermos y pobres. Con fines apostólicos y de santificación personal surgió en Génova, en 1497, por iniciativa del laico Ettore Vernazza, una asociación compuesta por 36 laicos y cuatro sacerdotes llamada la "Fraternitas divini amoris sub divi Hieronymi protectione". Además de practicar la caridad con los enfermos incurables de un hospital levantado por el fundador, la "Fraternitas" aspiraba al mismo tiempo a la perfección de sus miembros mediante ejercicios comunes de piedad, de tal modo que el ejercicio de la caridad fuese unido a la oración y al pensamiento en Dios. El ejemplo de Vernazza se extendió por toda Italia: aparecieron hermandades y oratorios en Nápoles, Milán, Cremona, Roma y Brescia. Como medio de perfección cristiana, pero con distintos fines, un laico veneciano, Paolo Giustiniani, fundó en 1505 una pequeña asociación de estudios bélicos y patrísticos. La experiencia, entre intelectual y mística, fraguó en la creación de un monasterio en Camaldoli, desde donde Giustiniani y sus compañeros dirigieron un memorial a León POR sobre la reforma de la Iglesia, que no sólo presentaba la originalidad de anticiparse a las ideas maestras de la reforma tridentina, sino que sugería la necesidad y el método para una unión con las Iglesias orientales. Estas hermandades y oratorios de laicos no constituyen pruebas aisladas de la Reforma que, al margen de la jerarquía católica, se estaba produciendo en la Iglesia. De aquellas instituciones nacieron, coincidiendo con el Cisma y la Reforma luterana, algunas órdenes religiosas católicas en la primera mitad del siglo XVI. De su ejemplo de santidad, por su influencia o paralelamente a su proliferación, se produjo también la renovación de las órdenes mendicantes medievales. Precisamente, la fundación de la orden de los teatinos, una sociedad de clérigos sobre la regla de san Agustín, confirmada oficialmente en 1524, partió del oratorio romano. El objetivo fundamental de la orden era la renovación del estado eclesiástico mediante el cumplimiento riguroso de los deberes sacerdotales, para lo cual se insistía en la necesidad y en el cuidado del rezo del breviario, en la celebración piadosa de la misa, en la predicación y el apostolado. Los barnabitas, una congregación sacerdotal cuya finalidad era el apostolado por medio de misiones populares, fue fundada en 1533 por el médico y sacerdote san Antonio María Zaccaria. Para el ejercicio de la caridad y la atención a los niños huérfanos, san Jerónimo Emiliani fundó en 1540 una orden religiosa (los somascos), que tenía su principal establecimiento en Somasca y en cuyo origen está la influencia de los oratorios venecianos. Igualmente relacionada con el Oratorio de Brescia está la fundación de las ursulinas por santa Angela Merici, en 1535, para la educación de niñas abandonadas. Las órdenes mendicantes italianas y españolas también fueron renovadas. Los objetivos perseguidos por los responsables de las reformas fueron en todas partes los mismos: restablecimiento de la vida monacal, cuidadosa formación moral y teológica de los clérigos regulares y recuperación de la disciplina monástica. En España, desde finales del siglo XV, la reforma había comenzado por iniciativa de la Monarquía, que contaba con el beneplácito y la colaboración de los superiores de las órdenes y del episcopado. La expansión que la orden de san Jerónimo conoció en el siglo XV constituyó una de las primicias más importantes en la renovación de la espiritualidad conventual. El impulso regio desde finales de esa centuria hizo que con permiso papal fueran enviados visitadores generales a los monasterios de clarisas y a los conventuales franciscanos, que fueron reformados desde 1493 por su provincial castellano, Cisneros. La reforma de los dominicos, cuyo impulsor fue fray Diego de Deza, siguió parecida suerte. Por su parte, los agustinos recibieron visitadores y reformadores frecuentes con apoyo pontificio y regio entre los años 1497 y 1511, y los trinitarios y mercedarios entre 1500 y 1512. De ese modo, puede considerarse que la reforma católica, tan solicitada por los humanistas cristianos, había comenzado en España antes de que Lutero rompiese con la Iglesia. En España, finalmente, tuvo su origen la Compañía de Jesús, la orden religiosa que más empeño y más ideas puso y aportó a la reforma del catolicismo universal, el instrumento más eficaz de la renovación de la Iglesia.
La reforma de la Iglesia se inició durante el siglo XV y afectó, en primer lugar, a sus miembros. Era necesario extenderla a todo el cuerpo, incluida la cabeza. La fundación de la Inquisición romana para evitar la difusión por Italia del luteranismo; la reforma de la Curia, con la inclusión en su nómina de cardenales de estricto sentido eclesiástico, aliados con la renovación y enemigos del espíritu mundano que la había caracterizado; y los intentos por imponer la residencia a los obispos, constituyeron los primeros elementos represores y reformadores del programa de Paulo III (1534-1549). Pero, sin duda alguna, su mayor servicio a la Reforma católica fue la convocatoria, también deseada por el emperador Carlos V, del Concilio de Trento. Aunque se suspendieron las dos primeras convocatorias papales que ordenaban celebrarlo en Mantua y en Vicenza, la propuesta que hizo Carlos V de que tuviera lugar en Trento, como territorio del Imperio, fue aprobada por el Papa, quien lo convocó en mayo de 1542. Sin embargo, las guerras entre Carlos V y Francisco I produjeron, de nuevo, la suspensión del Concilio en septiembre de 1543. Únicamente la paz de Crépy (1544), en cuyo protocolo se declaraba que Francia enviaría al Concilio obispos y legados, pudo impulsar una nueva y definitiva convocatoria en noviembre de 1544. La apertura, que sufrió una excesiva y desesperanzadora demora, tuvo lugar en diciembre de 1545. Dos años más tarde el Concilio trasladó su sede a Bolonia, fue suspendido en 1549, reanudado en 1551, suspendido en 1552, abierto en 1562, interrumpido por la firma de la paz de Cateau-Cambrésis, y clausurado en enero de 1564. El Concilio de Trento afrontó problemas dogmáticos como la precisión de la fe católica contra los errores del protestantismo, aunque las cuestiones de la primacía papal y del concepto eclesial no se modificaron. Reafirmando la doctrina tradicional, el Concilio fijó el contenido de la fe católica. En primer lugar, se estableció que Dios ha creado al hombre bueno y éste, a pesar del pecado original que corrompió su naturaleza, conserva su libre albedrío y su aspiración al bien. En segundo lugar, la fe se funda sobre la Sagrada Escritura, explicada y completada por los padres de la Iglesia, los cánones de los concilios y el magisterio de la Iglesia. Con relación a la cuestión de la justificación por la fe, la doctrina que establece el Concilio de Trento difiere notablemente de la mantenida por Lutero. Según éste, Dios nos justifica atribuyéndonos los méritos de su Hijo. Para la Iglesia reunida en Trento, Dios nos hace justos transformándonos por la acción de la gracia. Por otra parte, el Concilio estableció que la misa es un sacrificio que renueva el de la cruz, y afirmó, con relación a la Eucaristía, la presencia real, la conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo, y de toda la sustancia del vino en la sangre, no permaneciendo más que las apariencias del pan y del vino. Sobre el concepto de Iglesia, el Concilio mantuvo que Dios quiere la Iglesia y que ésta es una, santa, universal y apostólica, está inspirada por el Espíritu Santo y es infalible en materia de fe. Por otra parte, el Concilio abordó plenamente la reforma del clero al desterrar los abusos denunciados desde la Baja Edad Media. Por lo que se refiere a la obra pastoral y disciplinaria de Trento, sus decisiones fueron, con el tiempo, trascendentales. La reforma del episcopado fue objeto de abundantes discusiones y decretos: se reguló el deber de residencia, de visita pastoral diocesana, de predicación y de convocatoria frecuente de sínodos. Parecidas recomendaciones de residencia, predicación, cura de almas, vida austera, uso del traje talar, etc., se hicieron a los párrocos. La novedad que el Concilio presentó en esta materia se refería al celo que en adelante habría de ponerse en la selección, formación moral, teológica y doctrinal de los curas, para lo cual se pedía a los obispos que se establecieran seminarios diocesanos, de tal manera que se evitaran los abusos denunciados y se llevase a cabo la reforma real de los ministros seculares de la iglesia. Las decisiones del Concilio no agotaron la crisis de la Iglesia. Territorialmente, el catolicismo era monolítico en España, Portugal e Italia y presentaba dificultades en Polonia, pero estaban perdidas distintas regiones de Francia y el norte de Alemania, se había consumado el cisma inglés, aunque Irlanda permanecía católica, estaba en peligro el corazón del Imperio, Austria, Bohemia y Hungría, se presentaba dividida Suiza y los Países Bajos y estaba escasamente fortalecido en el sur y en el oeste alemán, mientras que en los países escandinavos el avance del protestantismo era definitivo. Sin embargo, antes de que finalizara el siglo XVI, la vida de la Iglesia se renovó gracias a la ejecución de los decretos y del espíritu reformador conciliar, cuya responsabilidad correspondió a los Pontífices que ocuparon la sede romana desde 1565 hasta 1585 (Pío V, Gregorio XIII y Sixto V). A sus nombres van unidos obras trascendentales, como la conclusión del Catecismo cuya elaboración comenzó durante el Concilio de Trento (Pío V), la restauración del culto, la reforma de la administración eclesiástica, la fundación y organización de colegios romanos para sacerdotes (Gregorio XIII), la reorganización profunda de la Curia y de la distribución de los asuntos de gobierno, la implantación de las visitas obligatorias de los obispos a Roma para informar del estado de sus diócesis, la revisión de la "Vulgata", etc. (Sixto V).
Sobre lutero y la iglesia protestante
El iniciador de la Reforma protestante fue educado con gran rigor en su casa y en la escuela. El propio Lutero ha narrado como su madre le azotó hasta hacerle sangrar por haber comido una nuez sin permiso. Miembro de una familia de agricultores, había nacido en la localidad sajona de Eisleben el 10 de noviembre de 1483. La familia -sus padres se llamaban Hans Luther y Margarita Ziegler- se trasladó a la región minera de Mansfeld donde, tras unos primeros años de grandes esfuerzos, consiguió prosperar. Hans pudo dar a su hijo primogénito una buena educación, estudiando en Magdeburgo y Eisenach antes de iniciar la carrera de leyes en Erfurt. En la universidad de Erfurt conoció el joven Martín a Erasmo y en el verano de 1505, impresionado por una tormenta que le sorprendió en pleno campo, decidió hacerse monje, lo que no gustó al padre. Ingresó como novicio en el convento agustino de Erfurt cuando tenía 22 años y empieza a enseñar filosofía al tiempo que estudia teología. En 1506 pronunció los votos religiosos y al año siguiente es ordenado sacerdote. En 1509 obtendrá el bachillerato en Teología en Wittenberg e iniciará su magisterio en la recién creada Universidad de Wittenberg. Será enviado a Erfurt como profesor de teología, interesándose por la reforma monástica que se estaba desarrollando en aquellos momentos. En 1510 se traslada a Roma para impedir el proyecto de unificación de los conventos agustinos reformados con los no reformados. En la Ciudad papal no le hicieron mucho caso pero consiguió importantes indulgencias y contempló el poco ejemplar espectáculo de la Roma libertina del momento, impresionado por la ostentación y la decadencia religiosa de la corte papal. A su regreso a Alemania se doctora en Teología (1512) e imparte clases sobre el Antiguo y Nuevo Testamento en la Universidad de Wittenberg. Sus clases tuvieron amplio eco entre los estudiantes y el duque elector Federico de Sajonia se convirtió en su incondicional protector. Durante estos años va desarrollando sus teorías teológicas, fijando sus tesis en 1517, ganando un amplio número de partidarios. Johannes Eck se convierte en uno de sus principales detractores e intenta poner la opinión pública en contra del reformador. Lutero y Eck se enfrentan dialécticamente en Leipzig donde Lutero es tachado de hereje debido a su concepto de Iglesia y su opinión de que la fe es lo único que justifica las acciones de los hombres, fe en el testimonio de la Sagrada Escritura y en el testimonio del Espíritu Santo. Según Lutero, la Iglesia con sus ceremonias y sus sacramentos no fomenta la fe, admitiendo sólo tres: penitencia, bautismo y comunión. Su enfrentamiento con la Iglesia romana sube de tono cuando condena el pecado de simonía cometido por el Papa, que vendía indulgencias a cambio de limosnas y donaciones para terminar la construcción de San Pedro del Vaticano. En Alemania los dominicos defendían al Papa y amenazaron a Lutero. Éste terminó por refugiarse en Wittenberg, bajo la protección del elector de Sajonia, Federico. Allí pudo al fin publicar sus 95 proposiciones (31 de octubre de 1517) contra la autoridad del papa, los votos monásticos, el celibato, el culto a los santos, dogmas como la transubstanciación, el purgatorio y la eucaristía. Finalmente, expuso su teoría acerca de la justificación por la fe. En Roma, el papa León POR condenó a Lutero con la publicación de la bula "Exsurge domine" a lo que éste contestó tildando de Anticristo al pontífice. La bula era quemada por el monje el 10 de diciembre de 1520 y el pontífice le excomulgaba. La división entre la Iglesia romana y Alemania estaba abierta. La convocatoria de la Dieta de Worms en 1521 bajo la presidencia de Carlos V intentó suavizar la tensión, llamando a Lutero a declarar ante el emperador el 16 de abril. El monje no se retractó de sus escritos ni de sus actitudes por lo que fue declarado proscrito, ordenando que sus libros fueran quemados y enviándole a la cárcel. Federico de Sajonia se convirtió en su máximo defensor y refugió a Lutero en el castillo de Wartburg. Desde ese momento se dedicó a la traducción al alemán de la Biblia, instrumento fundamental para su concepción religiosa. Lutero abandonó a su protector y se refugió en la universidad de Wittenberg donde continuó su enseñanza de la Biblia y orientó el movimiento reformista. En 1525 la reforma vive uno de sus más graves momentos debido al estallido de la guerra entre campesinos y señores, motivada en parte por las tesis luteranas de igualdad de la cristiandad. En un principio los campesinos recibieron el apoyo del reformador pero Lutero pronto cambió de opinión y se puso del lado de los príncipes, animando a la represión de la revuelta. El prestigio del monje cayó muchos enteros y aparecieron nuevos líderes reformistas como Zwinglio, Carlostadio, Münzer y Storch, provocando la escisión de la reforma luterana con la aparición del anabaptismo. Lutero se trasladó a Wittenberg para imponer el orden, saliendo fortalecido del envite. Para dar ejemplo de la abolición radical del celibato en 1525 se casó con una monja, Catalina de Bora -monja cisterciense veinte años más joven que había abandonado el monasterio-, naciendo seis hijos de este enlace. En los siguientes años predicó su reforma por toda Alemania, organizó su Iglesia por ordenanzas de los príncipes alemanes y aseguró su triunfo en el pacto de Nuremberg de 1532, donde se concedía a la nueva religión el ejercicio público de su culto. La convocatoria del Concilio de Trento por el papa León POR será contestada por Lutero con el escrito "Contra el Papado romano" al tiempo que iniciaba una predicación contra el papado por todo el territorio alemán. Tradujo al alemán la Biblia y la comentó. Escribió la "Exhortación a la paz", el "Catecismo alemán", la "Misa Alemana" y la "Kirchenpostille" entre otras obras. Cansado, con la salud muy debilitada -debido a una lesión en la artera coronaria- y en parte decepcionado, los últimos años de Lutero le trajeron enfrentamientos con sus seguidores. Sus energías se agotaron cuando viajó a Mansfeld para mediar en las disensiones entre los señores de la ciudad. La enfermedad del mal de la piedra le provocó el fallecimiento en Eisleben, en 1546. En su entierro Melanchton pronunciaría su brillante elogio fúnebre.
Estas son las 95 tesis de lutero
Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: "Haced penitencia...", ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos.
5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella que él ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado. Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente.
7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del Papa, quien en sus decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de necesidad.
10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas canónicas en el purgatorio.
11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena para el purgatorio, parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba de la verdadera contrición.
13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
14. Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el moribundo, necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
15. Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de la desesperación.
16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre sí como la desesperación, la cuasi desesperación y al seguridad de la salvación.
17. Parece necesario para las almas del purgatorio que a medida que disminuya el horror, aumente la caridad.
18. Y no parece probado, sea por la razón o por las Escrituras, que estas almas estén excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la caridad.
19. Y tampoco parece probado que las almas en el purgatorio, al menos en su totalidad, tengan plena certeza de su bienaventuranza ni aún en el caso de que nosotros podamos estar completamente seguros de ello.
20. Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas las penas, significa simplemente el perdón de todas ellas, sino solamente el de aquellas que él mismo impuso.
21. En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa.
22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida.
23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es decir, muy pocos.
24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas.
25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.
26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión.
27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.
29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual.
30. Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que haya obtenido la remisión plenaria.
31. Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos que crean estar seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.
35. Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no es necesaria la contrición para los que rescatan almas o confessionalia.
36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la remisión divina.
39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes, ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo. La prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.
40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la profusión de las indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión para ello.
41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea equivocadamente que deban ser preferidas a las demás buenas obras de caridad.
42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del Papa, en manera alguna, que la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia.
43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias.
44. Porque la caridad crece por la obra de caridad y el hombre llega a ser mejor; en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a lo más, liberado de la pena.
45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de bienes superfluos, están obligados a retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo en indulgencias.
47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias queda librada a la propia voluntad y no constituye obligación.
48. Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto más necesita cuanto desea una oración ferviente por su persona, antes que dinero en efectivo.
49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de Dios.
50. Debe enseñarse a los cristianos que si el Papa conociera las exacciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.
51. Debe enseñarse a los cristianos que el Papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar de su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si fuera menester.
52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de indulgencias, aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.
53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
54. Oféndese a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a ella.
55. Ha de ser la intención del Papa que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran con una campana, una procesión y una ceremonia, el evangelio (que es lo más importante)deba predicarse con cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias.
56. Los tesoros de la iglesia, de donde el Papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
57. Que en todo caso no son temporales resulta evidente por el hecho de que muchos de los pregoneros no los derrochan, sino más bien los atesoran.
58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque éstos siempre obran, sin la intervención del Papa, la gracia del hombre interior y la cruz, la muerte y el infierno del hombre exterior.
59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran los pobres, más hablaba usando el término en el sentido de su época.
60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la iglesia (donadas por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
61. Esta claro, pues, que para la remisión de las penas y de los casos reservados, basta con la sola potestad del Papa.
62. El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia de Dios.
63. Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros sean postreros.
64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros.
65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes.
66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.
67. Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con gracias máximas, se entiende que efectivamente lo son en cuanto proporcionan ganancias.
68. No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con la gracia de Dios y la piedad de la cruz.
69. Los obispos y curas están obligados a admitir con toda reverencia a los comisarios de las indulgencias apostólicas.
70. Pero tienen el deber aún más de vigilar con todos sus ojos y escuchar con todos sus oídos, para que esos hombres no prediquen sus propios ensueños en lugar de lo que el Papa les ha encomendado.
71. Quién habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y maldito.
72. Más quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de los predicadores de indulgencias, sea bendito.
73. Así como el Papa justamente fulmina excomunión contra los que maquinan algo, con cualquier artimaña de venta en perjuicio de las indulgencias.
74. Tanto más trata de condenar a los que bajo el pretexto de las indulgencias, intrigan en perjuicio de la caridad y la verdad.
75. Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a la madre de Dios.
76. Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no pueden borrar el más leve de los pecados veniales, en concierne a la culpa.
77. Afirmar que si San Pedro fuese Papa hoy, no podría conceder mayores gracias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el Papa.
78. Sostenemos, por el contrario, que el actual Papa, como cualquier otro, dispone de mayores gracias, saber: el evangelio, las virtudes espirituales, los dones de sanidad, etc., como se dice en 1ª de Corintios 12.
79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales llamativamente erecta, equivale a la cruz de Cristo.
80. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al permitir que charlas tales se propongan al pueblo.
81. Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni siquiera, aun para personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que se debe al Papa, frente a las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los laicos.
82. Por ejemplo: ¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante?
83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios por los difuntos y por qué el Papa no devuelve o permite retirar las fundaciones instituidas en beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar por los redimidos?
84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del Papa, según la cual conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía y amiga de Dios, y por que no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada?
85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen en plena vigencia?
86. Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los más opulentos ricos, no construye tan sólo una basílica de San Pedro de su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?
87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el Papa y qué participación concede a los que por una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y participación plenarias?
88. Del mismo modo: ¿Qué bien mayor podría hacerse a la iglesia si el Papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces por día a cualquiera de los creyentes?
89. Dado que el Papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de las almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces?
90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la Iglesia y al Papa a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la intención del Papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían.
92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: "Paz, paz"; y no hay paz.
93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: "Cruz, cruz" y no hay cruz.
94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno.
95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz.
Wittenberg, 31 de octubre de 1517.
Oración de Lutero
Señor Dios, Tú me has puesto en tarea de dirigir y pastorear la Iglesia. Tú ves cuán inepto soy para cumplir tan grande y difícil misión, y si yo lo hubiese intentado sin contar contigo, desde luego lo habría echado todo a perder. Por eso clamo a Ti. Gustoso quisiera ofrecer mi boca y disponer mi corazón para este menester. Deseo enseñar al pueblo, pero también quiero por mi parte aprender yo mismo continuamente y manejar Tu Palabra, habiéndola meditado con diligencia. Como instrumento Tuyo utilízame. Amado Señor, no me abandones en modo alguno, pues donde yo estuviera solo, fácilmente lo echaría todo a perder. Amen.
"Comentario documentado y edificante del Génesis".
Edición Walch 1739, tomo II, página 404.
2 Doctrina y prácticas
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El luteranismo proclama la autoridad definitiva de la Palabra de Dios (según aparece en la Biblia) en materias de fe y vida cristiana, y señala a Cristo como la clave para la comprensión de las Sagradas Escrituras.
2.1 Salvación por la fe
La salvación, según la doctrina luterana, no depende del mérito o de la virtud de los hombres sino que es un regalo inmerecido de la gracia soberana de Dios. Todos los seres humanos son considerados pecadores y, como consecuencia del pecado original, son esclavos del mal e incapaces de contribuir a su liberación (doctrina del mal radical). Los luteranos sostienen que la fe, entendida como la confianza en el amor inquebrantable de Dios, es la única forma apropiada que los individuos tienen para responder a la iniciativa de salvación por parte de Dios. ¿De esta forma la? ¿Salvación sólo por la fe? Se convirtió en el característico, y polémico, estandarte del luteranismo. Sus adversarios sostenían que esta opinión no hace justicia a la responsabilidad cristiana de practicar buenas obras, aunque los teólogos luteranos respondieron que la fe debe hallarse viva en el amor y que las buenas obras emanan de la fe igual que un buen árbol produce buenos frutos.
2.2 Culto
¿La Iglesia luterana se define a sí misma como? ¿La asamblea de creyentes entre los que se predica el Evangelio y se administran los santos sacramentos según el Evangelio? (Confesión de Augsburgo, VII). Por lo tanto, la Biblia fue considerada el núcleo fundamental del culto luterano y los sacramentos quedaron reducidos al bautismo y a la eucaristía, en tanto que, según la interpretación luterana de las Sagradas Escrituras, son los únicos que fueron instituidos por Cristo. El culto se celebraba en las distintas lenguas autóctonas (conocidas por el pueblo, que no hablaba, en cambio, el latín, lengua oficial de la liturgia católica) y se destacaba la predicación en el oficio divino. El luteranismo no cambió de forma radical la estructura de la misa de la edad media, pero la utilización de las lenguas vernáculas realzó la importancia de los sermones, que se basaban en la exposición de las Escrituras, y, asimismo, estimuló la participación comunitaria en el culto, en especial a través del canto de la liturgia y de los himnos. El propio Lutero escribió muchos de estos últimos, que alcanzaron gran popularidad.
En la celebración luterana de la eucaristía el pan y el vino son recibidos por todos los comulgantes, mientras que los católicos permitían el vino sólo a los sacerdotes. A diferencia de otros grupos protestantes, en particular los anabaptistas, ¿los luteranos proclaman la presencia física real de Cristo? En, ¿con y bajo? Los elementos del pan y el vino en la eucaristía, creencia que defienden por la promesa que el propio Jesucristo hizo en la institución de la Sagrada Comunión cuando dijo:¿? ¿Este es mi cuerpo? ¿y? ¿Esta es mi sangre? (Mt. 26, 26-28).
2.3 Bautismo
El luteranismo insiste en la práctica tradicional del sacramento del bautismo infantil para que la gracia de Dios ilumine al recién nacido. En su opinión, el bautismo significa amor incondicional de Dios, que es independiente de cualquier mérito intelectual, moral o emocional por parte de los seres humanos.
2.4 Vida cristiana
Para el luteranismo los santos no constituyen una clase superior de cristianos, sino que también son pecadores salvados por la gracia a través de la fe en Jesucristo; todo cristiano es, a la vez, santo y pecador. La doctrina luterana del sacerdocio de todos los creyentes está relacionada con el bautismo, por el que todos los cristianos, hombres y mujeres, se convierten en ministros de Dios, sirviéndole durante toda su vida a partir de sus actividades personales, entendiendo que todas ellas brindan las mismas opciones al conjunto de los fieles. La misión de pastor posee un valor especial, basado en una llamada de Dios y con la aprobación de una congregación de cristianos. A diferencia de los sacerdotes católicos romanos, los pastores luteranos pueden contraer matrimonio.
2.5 Textos doctrinales
¿Aunque los luteranos aceptan los libros canónicos de la Biblia como? ¿La única regla y norma según la cual todas las doctrinas y maestros deben ser juzgados? (Fórmula de concordia), recomiendan también la consulta de los Libros apócrifos del Antiguo Testamento para promover la edificación cristiana y los han introducido según la tradición en las versiones canónicas de la Biblia. Los luteranos aceptan la autoridad de los tres credos ecuménicos (Credo apostólico, Credo de Nicea y Credo de Atanasio) y utilizan de modo regular los dos primeros en los servicios de culto. Las declaraciones doctrinales más destacadas del luteranismo son: la Misa alemana y Orden del culto (1525); los Artículos de Esmalcalda (1537); el Pequeño catecismo (1529) y el Gran catecismo (1529), obras de Lutero; la Confesión de Augsburgo (1530); la Apología (1531), escrita por Philip Melanchthon; y la Fórmula de Concordia (1577), redactada por una comisión de teólogos tras la muerte de los primeros reformadores. Estos documentos constituyeron el Libro de Concordia, adoptado por los príncipes y las ciudades luteranas en 1580. Sin embargo, tan sólo los credos, la Confesión de Augsburgo y los dos catecismos de Lutero han sido reconocidos por la totalidad de las Iglesias luteranas.
2.6 Organización y gobierno de la Iglesia
Debido a haber surgido en el siglo XVI, las comunidades luteranas europeas más antiguas están vinculadas de forma muy estrecha a sus respectivos gobiernos en calidad de iglesias nacionales oficiales, bien de forma exclusiva (como en los países escandinavos) o en un acuerdo paralelo con el catolicismo romano (como sucede en Alemania). En ambas situaciones los demás grupos religiosos tienen completa libertad de culto pero no el mismo apoyo por parte del gobierno. En los países no europeos las iglesias son organizaciones religiosas voluntarias. El luteranismo nunca se ha desarrollado como un sistema uniforme de gobierno eclesiástico; existen estructuras comunitarias, presbiterianas y episcopales, aunque en el siglo XX ha aparecido una tendencia a otorgar el titulo de obispo a dirigentes electos de judicaturas (sínodos, distritos, iglesias).
3 Historia e influencia
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La evolución inicial del luteranismo estuvo influida de un modo extraordinario por los acontecimientos políticos. El emperador Carlos V no pudo sofocar el avance del luteranismo porque en ese momento el Imperio era amenazado por los turcos. A pesar del Edicto de Worms (1521), que prohibía la actividad de los luteranos, el movimiento continuó extendiéndose. Siguieron de forma intermitente guerras religiosas que concluyeron con la Paz de Augsburgo (1555), acuerdo donde se estipulaba que la religión del gobernante de cada territorio dentro del Sacro Imperio Romano Germánico tenía que ser la religión de sus súbditos, autorizando de un modo efectivo así a las iglesias luteranas y reconociendo además a los príncipes territoriales como primados de sus respectivas iglesias. La Fórmula de Concordia (1577), redactada por teólogos para resolver los enfrentamientos surgidos en el seno de los luteranos, fue suscrita por los dirigentes políticos para asegurar la unidad del movimiento luterano en un periodo en el que amenazaban nuevas guerras religiosas. La supervivencia del luteranismo tras la guerra de los Treinta Años (1618-1648) fue consolidada por la intervención del rey sueco Gustavo II Adolfo, luterano, y de Francia. La Paz de Westfalia (1648) puso fin a la guerra en Europa y consolidó la supremacía de Francia en el continente (en detrimento de la Casa de Habsburgo).
Los orígenes del movimiento conocido como pietismo se remontan a finales del siglo XVII, cuando se proclamó la conversión individual y una forma de vida devota que revitalizó el luteranismo en Alemania y permitió a la Reforma extenderse a otros países. Durante el siglo XVIII la teología luterana reflejó el racionalismo aportado por la Ilustración. Durante el siglo XIX, el teólogo alemán Friedrich Schleiermacher puso de relieve la experiencia religiosa universal y ejerció un gran influjo sobre los doctrinarios luteranos liberales. De igual modo, el idealismo, movimiento dominante en la filosofía moderna alemana, tuvo profundos efectos en el pensamiento teológico luterano. En el siglo XX, la neoortodoxia del teólogo protestante suizo Karl Barth y una interpretación próxima al existencialismo han sido las influencias más destacadas en la teología luterana.
La ascendencia política de Prusia entre los estados alemanes a principios del siglo XIX favoreció la fundación de la Iglesia de la Unión Prusiana (1817), que reunió a calvinistas y a millones de luteranos alemanes en una sola Iglesia. A este proceso se opuso de forma resuelta un elevado número de luteranos, algunos de los cuales se escindieron y formaron una comunidad separada. La situación de la política alemana en el siglo XX afectó gravemente al luteranismo en dicho país. El intento de Adolf Hitler por controlar las iglesias condujo a numerosas divisiones en el seno de la Iglesia luterana alemana y al internamiento de algunos luteranos (como Martin Niemöller) en campos de concentración así como la ejecución de otros (el teólogo Dietrich Bonhoeffer, por ejemplo). Los dirigentes luteranos de Noruega y Dinamarca tuvieron un papel importante en la resistencia de sus países a la ocupación nacionalsocialista, y la Iglesia alemana, que se había opuesto a Hitler, realizó una importante contribución a la reconstrucción de Alemania la República Federal de Alemania tras la II Guerra Mundial. El luteranismo llegó a América con los primeros colonos europeos. Tras la guerra de la Independencia estadounidense (1775-1783) cada grupo sucesivo de inmigrantes europeos fundó su propia Iglesia y sínodo que celebraba sus oficios en la lengua de su país de origen. Como consecuencia del elevado número de inmigrantes que se desplazaron a Estados Unidos y Canadá en el siglo XIX y principios del XX, el luteranismo se dividió en numerosos grupos: alemán, sueco, noruego, danés, finlandés y eslovaco. A principios de la década de 1980 las fusiones han consolidado a la mayoría de los luteranos de Estados Unidos y Canadá. El luteranismo es la tercera confesión religiosa más importante en Estados Unidos.
El luteranismo en el mundo
Aunque una gran parte de los luteranos del orbe sigue viviendo en los países de Europa central y del norte, el luteranismo ha crecido con mayor intensidad en África y Asia. En realidad, el único país fuera de Europa donde la mayoría de la población es luterana es Namibia, en el sur de África. La Federación Luterana Mundial (LWF), cuya sede se encuentra en Ginebra (Suiza), coordina las actividades de gran parte de las iglesias luteranas de todo el mundo y supervisa las relaciones ecuménicas, los estudios teológicos y los servicios; está dirigida por un comité ejecutivo. Casi todas las iglesias luteranas pertenecen también al Consejo Mundial de las Iglesias.
3.2 Influencia cultural
El luteranismo siempre se mostró preocupado por los aspectos culturales e intelectuales de la fe cristiana. Su influencia en la música a través de compositores como Johan Sebastián Bach, Dietrich Buxtehude, Michael Praetorius y Heinrich Schütz, ha sido tan importante como lo fue en la filosofía. Pensadores de formación luterana, tales como Immanuel Kant, Johan Gottlieb Fichte, Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Sören Kierkegaard, articularon sus ideas en diálogo, y a veces en oposición, con la tradición luterana. El luteranismo también ha inspirado a una serie de importantes investigadores bíblicos, como David Friedrich Strauss y Albert Schweitzer y teólogos como Albrecht Ritschl, Adolf von Harnack, Rudolf Otto, Rudolf Bulmann y Paul Johannes Tillich, entre otros.
Sobre la división del cristinianismo:
El humanista Vives, como Erasmo y Moro eran espíritus profundamente religiosos. Todos los que integraban este mundo de intelectuales, eruditos, filósofos, latinistas, constituían también un universo de hombres preocupados por la renovación de las relaciones entre Dios y el hombre. Como premisa de partida es necesario afirmar que el Dios de los humanistas es ante todo amor, de tal manera que era preciso abandonar la imagen que el cristiano tenía de un Dios airado y terrible, divulgada desde los púlpitos medievales. Para lograrlo los humanistas pensaron que había que cambiar las ideas y las palabras. La primera consecuencia fue la preocupación, aparentemente erudita, por revisar las versiones oficiales de las Sagradas Escrituras. Las nuevas ediciones modificaban notablemente los textos medievales. Una vez conseguido, era preciso dirigir las críticas hacia los que oscurecían las palabras: hacia los teólogos, "hierba pestilente" en palabras de Erasmo, más empeñados en los debates sobre los misterios divinos y sobre los dogmas que en acercar a Dios a los hombres. Frente a sus "sutilezas sutilísimas" los humanistas propusieron una teología, una fe y unos ritos sencillos. Bastarían unos pocos dogmas; establecida la libertad del hombre, la religión sería una cuestión individual ajena a normas; la Iglesia sería una institución que serviría sólo para ayudar a los hombres en su camino de salvación; lo verdaderamente importante sería vivir según el mensaje evangélico, liberado de las formas y fórmulas eclesiásticas, tal como lo habían hecho los apóstoles y los primeros cristianos. La religión resultante era tan ecléctica, individualista y subjetiva que se reducía a un moralismo basado en el seguimiento del mensaje evangélico de Cristo, dejando la salvación a merced sólo de la fe que vive del amor. Esta inquietud religiosa de los humanistas no era ajena a los ambientes menos intelectualizados. Constituía una nota más del clima que preludió la Reforma. Pero en modo alguno puede atribuírsele causalidad en las conmociones religiosas y espirituales que vivió Europa a comienzos del siglo XVI. Se suele asociar la Reforma a un hombre, Lutero, y a una fecha, el 31 de octubre de 1517, cuando el fraile agustino publicó las 95 tesis sobre las indulgencias. Pero antes de que eso sucediera se propagaron ideas, como las humanistas, y se despertaron sentimientos religiosos, como los de la "devotio moderna", que fomentaron, provocaron e hicieron posible un clima de escisión de la Iglesia católica, apenas deseada ni siquiera por los que exigían reformas. Es decir, antes de Lutero existía ambiente de reforma. Antes de Lutero existían críticas (la de Wyclif, la de Huss, la de Erasmo) sobre los modos de vivir la religión en el seno de la Iglesia. A partir de Lutero y gracias a él se discute la doctrina, la religión misma. En el origen de todo ese proceso, que conduce desde la mera crítica hasta la elaboración por parte de los reformadores de una nueva doctrina, se encuentran tres causas. En primer lugar, en el origen de la reforma protestante está la disolución del orden medieval, es decir, la ruptura de la unidad política, espiritual y religiosa que lo caracterizaban: la Iglesia, una en la Cristiandad, representada en la unidad de "sacerdotium e imperium". Los cismas medievales y la aparición del sistema de iglesias nacionales dependientes de los poderes seculares representan el preludio de esa quiebra. Al mismo tiempo, el orden medieval favoreció socialmente el clericalismo fundamentado sobre privilegios estamentales y sobre el monopolio cultural de los clérigos, lo cual les confería una superioridad subjetiva sobre los laicos. Cuando el monopolio y la superioridad se rompieron, por la aparición de los círculos humanistas ajenos al clero, se creó una atmósfera antiescolástica y anticlerical que favoreció, como hemos dicho en el epígrafe anterior, el desarrollo de las ideas reformistas. En segundo lugar, en el origen de la Reforma están los abusos morales de algunos Pontífices y del clero. Por abusos se entiende: la negligencia en el cumplimiento de los deberes apostólicos, el afán de placer y la mundanización en las conductas clericales, la excesiva fiscalidad sobre los fieles cuyo único fin era precisamente costear la vida ociosa de los clérigos, el sentido patrimonialista que gran parte del clero tenía de la iglesia, hasta el punto de que muchos clérigos no se sentían como titulares de un oficio, sino como propietarios de una prebenda, en el sentido del derecho feudal, al que iban ligadas algunas obligaciones, no siempre bien observadas. Y por último, estaba muy extendida la concentración de cargos eclesiásticos (obispados, curatos, capellanías que llevaban aparejada la cura de almas) en una sola mano. Este conjunto de abusos produjo un extenso descontento contra la Iglesia mucho tiempo antes de que estallase la Reforma, pero constituyó un arma eficaz, empleada por los reformadores del siglo XVI, para conquistar las adhesiones populares contra Roma. En tercer lugar, en el origen de la Reforma estaban también algunos factores netamente religiosos, entre los cuales cabe destacar: la falta general de claridad dogmática que afectaba no sólo al pueblo sino a los propios eclesiásticos y la extremada sensibilidad religiosa del creyente que hacía angustiosa la tarea de asegurarse la salvación eterna, más valorada incluso que la existencia terrena. Toda la vida del hombre, desde su nacimiento a su muerte, desde la mañana a la noche, estaba dominada por percepciones y referencias sagradas: aquellos hombres apenas podían definir la frontera entre lo natural y lo sobrenatural, tendían a asegurarse la salvación mediante un sistema abigarrado de protecciones, de abogados celestiales, mediadores de todo tipo y para todas las circunstancias, tan criticado por los humanistas, por supersticioso. La salvación eterna era un asunto tan primordial que el cristiano vivía preparándose cotidianamente para morir, de tal manera que la vida constituía un valor subordinado a la forma de morir. Dicho de otro modo, la vida tendría sentido si se conseguía una buena muerte. En aquel ambiente la comunicación entre vivos y difuntos era continua. Los que vivían lo hacían pendientes de generar recursos salvadores. Los difuntos que no hubiesen obtenido la gracia del cielo directamente se beneficiaban de las misas y sufragios encargados por los vivos, que les ayudarían a abreviar la cita previa al cielo, el purgatorio. Las indulgencias, que concedía la Iglesia, eran para quien las conseguía y las acumulaba una manera de remisión de penas en el purgatorio. Eso explica la demanda (espiritual y material) de ese tesoro administrado por el Papa, quien lo explotaba a través de las órdenes religiosas, los párrocos, etc., pues las indulgencias las compraba el cristiano. Se facilitaban ganancias de indulgencias a cambio de un donativo. Eso generó la avidez de algunos, más atentos en financiar sus lujos, y la obsesión de otros, empeñados en acumular días, meses o años de perdón para asegurarse el tránsito hacia el cielo. La Curia romana, insaciable en obtener dinero para la hacienda pontificia, se atrajo con este sistema la antipatía y el odio hacia el Papado, un factor nada despreciable si deseamos explicar el clima reformista de principios del siglo XVI. Este desprestigio del Pontífice de Roma se había ido fraguando con el tiempo. A lo largo de la Baja Edad Media hubo momentos en los cuales los cristianos asistían atónitos y perplejos a la presencia simultánea al frente de la Iglesia de dos Papas (uno en Roma, otro en Aviñón) lo que producía un desconcierto sobre la legitimidad, la autoridad y la infalibilidad de uno o de otro, al mismo tiempo que las ponía en entredicho. Su consecuencia fue el fortalecimiento de la teología conciliar y de las opiniones conciliaristas, la convicción de que la interpretación de la verdad, la emisión de las normas y la capacidad suprema de decisión correspondían a los concilios generales, verdaderos representantes de la Iglesia y capacitados para juzgar al Pontífice falible. Sólo el Concilio V de Letrán (1512-1517) sometió tales teorías, pero no cabe duda de que éstas contribuyeron decisivamente a la ruptura de la Cristiandad. El ambiente en el que triunfó la Reforma estaba dominado de un fuerte sentimiento apocalíptico. Todos en Alemania y en gran parte de Europa estaban convencidos de que el fin de los...

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