¿Qué les parece el inicio de este cuento semi erótico?

En un mundo tan enfermo como en el que
vivimos, en el que vivieron nuestros antepasados y en el que vivirán
nuestros descendientes, es inevitable no contagiarse; quizás siendo
uno mismo la enfermedad, el portador de ésta y el que la contagia a
cualquiera que se le acerque. Ya que somos conscientes de nuestro
padecimiento, sería agradable dejar de repudiarlo o negarlo para
aceptarlo con madurez. Quizás incluso podamos eliminar ese apelativo
y simplemente llamarlo “comportamiento humano”. Conociendo los
inevitables e innumerables pensamientos espeluznantes que nacen en el
cerebro de una persona, es mucho más sencillo controlarlos y
dejarlos aflorar de vez en cuando; permitiendo gozar las facetas
malvadas para después volver al comportamiento que nos permite vivir
en sociedad. Saber controlarse es la premisa vital para evitar dañar
a otro ser humano con nuestros deseos destructivos.
Sin embargo Mateo no lo sabe. No sabe
que su mente no es la única en llegar una y otra vez a los mismos
pensamientos que sería inconcebible mencionar en público. Odia
disfrutarlos. Mateo siente un excitante placer con el sufrimiento
físico de cualquier ser vivo. Se hiela su sangre y se le pone la
piel de gallina de solo pensar en escenas sangrientas. De niño le
gustaba contemplar a las aves aplastadas en el pavimento e
imaginarlas en el instante en que morían. Jamás lo comentó con
nadie, y ninguna de las personas a su alrededor notaban su
distracción y su mirada perdida en su imaginación. Por supuesto que
jamás llevó a cabo algún acto atroz, pues tenía miedo de ser
juzgado y fue educado para ser una persona normal. Pero eso no le
impedía torturar insectos de vez en cuando y mirar con expectación
las noticias de sucesos en la televisión y el periódico. De niño,
ver personas ensangrentadas era más una curiosidad que un placer,
pero con el tiempo y sin darse cuenta se convirtió en una necesidad.
Sin muchos cambios en su vida, la
adolescencia llegó para el joven Mateo. Era un joven normal. Tenían
sus singulares gustos, algún resentimiento hacia su madre, y una
curiosidad implacable por los temas sexuales. Como todo joven
puberto, por los comentarios de amigos y sobre todo de los más
grandes, Mateo esperaba con ansias convertirse en un hombre
(físicamente hablando). Un día estando en primer año de colegio,
despertó mojado. A pesar de haber escuchado e investigado decenas de
historias sobre la eyaculación y los sueños mojados, se sintió
avergonzado por un momento. Momento que no duró mucho, pues mientras
se limpiaba, su mente se inundó de pensamientos. Pensaba que por fin
dejaría de ser el niño entre sus primos mayores, y ya podría
conversar sobre asuntos de adultos. En un instante miró hacia abajo,
hacia su pene. Lo notó grande. No había reparado en ello, ¡ahora
podía sostenerlo con las dos manos! No lo pensó dos veces y llevó
sus manos a su tan preciado y recién crecido aparato de hombre.
Estaba extasiado, y por primera vez se sintió orgulloso de su
sexualidad. Mantuvo sus manos allí durante un segundo de rodillas en
su cama. Al siguiente segundo notó que su madre abrió la puerta,
entró, salió, y cerró la puerta nuevamente. Fue un solo instante,
pero pudo apreciar como la mirada de su madre cambiaba de cariño a
sorpresa a confusión a vergüenza, y su rostro de pálido a un
rosado intenso. Ella lo había observado todo en un solo segundo. No
solo había observado el crecimiento de Mateo, sino que vio los
nuevos pensamientos e intereses de su único hijo; y entendió como
en una revelación que vendría una nueva etapa en la vida de ambos.
En ese tiempo, Mateo era apenas un niño de doce años al que su
amorosa madre lo despertaba por las mañanas para que él se alistara
y llevarlo al colegio. Pero esa mañana se convirtió en un incómodo
intercambio de frases cortas entre madre e hijo. “Tu desayuno”,
“gracias”, “¿más?”, “no”, “adiós”, “que te vaya
bien”.
Mateo no lo comentó con muchas
personas, pero su orgullo saltaba por sus poros. Excepto en frente de
su madre, con quién tuvo una larga charla sobre embarazos, respeto a
las mujeres, y lo que sus hormonas harían a su cuerpo. La charla se
limitó a lo que las barreras de comunicación impuestas por una
sociedad hipócrita y santurrona, permitían intercambiar sin mirarse
a los ojos. Durante la conversación, la mente de la madre de Mateo
se encontró invadida con su propia experiencia con respecto a los
hombres. Su mirada se tornó nostálgica y decepcionada de un mundo
que la escuela de señoritas le había prometido. Habló con él como
si le rogará que no fuera como el desgraciado que la dejó
embarazada después de vivir dos meses juntos; el padre de Mateo,
quién se suponía sería el amor de su vida.
Luego de algunos días incómodos, la
normalidad regresó a la familia de dos personas de Mateo. Uno de
esos días, estando solo en su casa, vio pornografía por primera vez
y también por primera vez se masturbó. Fue recomendación de sus
amigos, pues en esos tiempos el sexo era el tema preferido de los
pubertos. Se sorprendió de las fotografías de las revistas y
también del inmenso placer de los orgasmos. En verdad las molestias
de abandonar la niñez se compensaban con un nuevo mundo de inmensas
posibilidades de gozo, y la curiosidad de descubrirlas era una fuerte
motivación para vivir. Al despertar, en la ducha, en la tarde
mientras su madre trabajaba, antes de dormir; todos eran buenos
momentos para dejar explotar sus impulsos. Así comenzó la
adolescencia para el joven y así continuó durante algún tiempo.
Han pasado dos años desde que Mateo
entró a la pubertad., y ya los orgasmos sentidos por el curioso
muchacho alcanzan una cantidad de tres cifras. Tiene catorce años y
se divierte en una red social de internet, mientras su madre se
alista para ir a un evento social. Se despide y ahora se encuentra
solo en su casa. Ha estado conversando con un amigo sobre asuntos
triviales y compartiendo enlaces de internet sobre chistes, asuntos
interesantes, la cara que asusta y cualquier otro tema de moda. El
único movimiento en Mateo es la mano perezosa que mueve el ratón.
Click, click, click, aburrido, interesante, aburrido, ya lo vi, “Mat,
mira este, es sobre una mujer gorda que se cae de un tubo”. Mateo
da click sobre las letras azules subrayadas y jajaja, la gorda se
cayó. En el momento en el que va a cerrar la página, nota una
imagen pequeña en la esquina inferior de la pantalla que parece un
brazo cortado. No puede resistir la tentación, aunque lo intenta,
así que rápidamente abre el enlace. Espera ver alguna escena
sangrienta, pero no quiere admitirlo ni siquiera en su mente. Pasa un
largo segundo, y por fin puede...

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